Carta circular n. 41 ¡Paz y bien!
Queridas hermanas,
Por gracia empezamos el camino litúrgico del adviento,
tiempo de espera en preparación a la solemnidad de la Navidad, tiempo que educa
sobre todo a la esperanza fuerte y paciente, que ayuda a aceptar la hora de la
prueba, que lleva a acoger cristianamente la hora de la persecución y a vivir
el abandono en Dios, en espera que se realice ya aquí Su promesa: “todos los
confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios” (Is 52,10).
Esperar Aquel
que ha compartido en todo nuestro destino, menos en el pecado, es fácil,
gozoso y espontáneo cuando todo está bien, pero cuando estamos en la prueba y
en el dolor es necesario buscar, elegir,
abrirnos al encuentro y a la esperanza abandonándonos y confiando en Él: “Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi
voz y me abre, entraré en su casa y cenare con él y él conmigo” (Ap
3,20). Pero si no entra en juego la
libertad, la fe y un amor purificado, el corazón puede cerrarse neciamente a la espera pensando solo en las
cosas más superficiales que son como anestésicos al vacio interior, como por
ejemplo luchar por tener un permiso y por poseer aquello que nos gusta o que
consideramos indispensable para estar bien…; preocuparnos más por la salud
física que por la espiritual, vivir el servicio apostólico como realización de
sí mismos y no para dar gloria a Dios.
Hay entonces un modo trágico de esperar: sentirse
satisfecho de lo que se tiene, es decir conformarse sin desear nada más. Esto
no es vida porque cada persona está hecha para el infinito y para la eternidad.
Espera de encuentro son las coordenadas de toda la
vida cristiana, no basta por tanto que Jesús Resucitado esté presente en la
historia de cada persona, es necesario y urgente que se le permita invitarnos a
su casa, encontrarnos a lo largo de su camino, que nos pase su yugo suave y
ligero para acoger la mansedumbre y la humildad, y encontrarlo Resucitado en su
casa. (cfr Mt 11,28-30).
“Bendito o Señor, quien habita en tu casa”
? Preguntémonos: ¿si tuviese un solo día de vida, a
que daría prioridad para ir a Su encuentro con la lámpara encendida? ¿De qué
“pequeñeces” debería liberarme?
1.
EN EL
DESIERTO PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR, ENDEREZAD SUS SENDAS
En los días del adviento la Palabra de Dios, a través
de Juan Bautista nos exhorta a cambiar: “convertíos porque el Reino de los
cielos está cerca” (Mc. 4,17b).
Juan
ha pagado en su persona las decisiones tomadas: perseguido, ha vivido su
vocación hasta el fin con tal de anunciar y educar a la vida bella y buena del
Reino de los cielos, y fijando su mirada en Jesús que pasa (cfr. Jn 1,36),
invita a sus discípulos a seguirlo solo a Él. (Educar a la vida buena del
Evangelio n. 25).
Todas
nosotras estamos de acuerdo al decir que el profeta es creíble cuando en su
vida “brillan” los hechos y no los piadosos deseos o los gestos; cuando la
oración lleva a un profundo cambio en la mentalidad
y en las opciones, libera el deseo de Dios y la fidelidad creativa a la vocación
vivida en el servicio a los hermanos y a las hermanas que Él nos dona.
? En una sociedad que ha descertificado la fe, que
no respeta la dignidad de la persona, que no cuida las relaciones y quiere quitar del estilo de vida personal y familiar el
compartir y la acogida, para que puedan volver a pedir sacrificios; y ha puesto
al centro el “culto” del cuerpo, la cualidad de vida, la salud y la juventud a
cualquier costo, el prestigio y el
dinero, ¿cuál es nuestra tarea? ¿Cómo cada una de nosotras, con su vida, puede
proclamar: “el tiempo se ha cumplido y el reino de los cielos está cerca,
conviértanse y crean en el Evangelio”? Mc 1,15
2.
DIOS ES “ADVIENTO” EL HOMBRE ES ESPERA
En María, Jesús vino al mundo y ha asumido la
naturaleza humana que es limitación y
fragilidad, dolor, sufrimiento y muerte,
mientras nosotras tendemos a huir de toda esta realidad. Con su encarnación nos
enseña que cada instante de la vida y cada pálpito de vida se debe vivir en
plenitud en Él y con Él “…Tú Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros la arcilla
y tú aquel que nos plasmas, todos nosotros somos obra de tus manos” (Is 64,7).
Y así el
adviento es el tiempo favorable para ponernos en nuestro lugar: creaturas
frágiles, amadas y buscadas por Dios y redimidas en Cristo: “Nunca
se escuchó, ningún oído oyó, ni ojo alguno ha visto que un Dios, fuera de ti,
hiciera tanto en favor de quienes confían en él” (Is 64,3).
La
espera de Jesús, que ya ha puesto su morada en medio de nosotros, se entiende entre
el final del tiempo y la eternidad y nos invita a velar en oración, a mantener
un corazón vigilante que invoca el Espíritu Santo para que nos asemeje a Aquel
que esperamos y amamos.
“He
aquí: tú vienes. Esto no es ni el pasado ni el futuro, sino el presente que se
va llenando de sí mismo. Siempre está presente la hora de tu venida, y si
alguna vez llega a su término, nos habremos dado cuenta, aún nosotros, de que
tú realmente has venido. Haz que yo viva en esta hora de tu venida para que yo
viva en ti, oh Dios que has de venir. Amén” (K. Ranher, Palabras al silencio)
? Cada día, para quitarme de la disipación,
transcribo los pensamientos y los propósitos; examino los sentimientos
intolerables, los juicios, para darme cuenta de que está llena mi vida. Luego cada tarde verifico la autenticidad de
mi espera considerando si las opciones hechas en la jornada son conformes a la
llamada del Señor y a la misión que me
ha sido confiada en la obediencia.
3.
DIOS HABITA
DONDE SE DEJA ENTRAR…
Desde la
eternidad cada una de nosotras ha sido creada para poder “contener”, un día, al
Dios del cual somos imagen. Él nos ha dado la vida, que para ser tal debe
permanecer unida a Aquel que es la fuente. Con temor y temblor acojamos el
deseo de Dios que nos está buscando; vayamos a su encuentro en la verdad de
nuestra historia personal y repitámosle: “mi vida tiene sed de ti” (Cfr. Sal
63,2b); Tú eres mi esperanza y mi confianza Señor desde mi juventud (cfr. Sl
71,6b).
El
Señor ciertamente no se hace esperar; Él siempre está a la puerta, llama y
espera (Cfr. Ap 3,20):
Nuestra tarea es aquella de abrirle el camino, el
corazón y la inteligencia!
Consideramos seriamente que con la consagración
religiosa, nos hemos comprometido a vivir cada día “el Heme aquí” en un sí
alegre y constante (Cfr. Const. 3), en la novedad de vida y de presencia (cfr
Cost. n165. 182) de quien se siente creado y recreado por el Espíritu, hasta
asemejarse siempre más a Jesús (cfr Cost. n2).
Siento profundo dolor cuando algunas
entre nosotras vivimos el compromiso y la exigencia de los votos, profesados
libremente, más como un peso que como un don (cfr Cost. n. 34; 122; 133;
134,147). Los consejos evangélicos expresan la totalidad de la consagración a
Dios cuando son una opción de amor libre y liberadora y testimonian la
autenticidad de nuestra adhesión a Cristo si son vividos en la alegría. (cfr
Cost. n.1;25;40;125;136;147).
La castidad nos hace sentir amadas por el Señor; con
la pobreza testimoniamos que la única riqueza necesaria es Dios; la obediencia
es sumisión de la propia voluntad a Dios en la persona de una superiora. Es
ilusorio pensar que somos pobres y castas sin la obediencia porque para vivir
con Cristo es necesario morir a la propia voluntad! Entonces, por qué refutamos
cuando somos llamadas al compromiso de vivir los votos?
? Preguntémonos:
si me quedaran solo 15 días de vida, qué cosas cambiaría en el modo de pensar y
vivir los votos religiosos? Cómo vivir el servicio de autoridad y de obediencia
al cual soy llamada?
“Estamos seguras que la dignidad y le eficacia de
nuestra vida apostólica no depende tanto del servicio que se nos ha confiado
para desempeñar, sino de la intensidad de nuestro amor a Cristo, que es don
para los hermanos en la ofrenda de nosotras mismas”? (Cost. n.186).
Durante
toda la vida y en cada una de sus etapas, la oración y la contemplación del
corazón amante de Jesús favorece la comunión y el compartir de destino con
Jesús y nos empujan humilde e indignamente, a colaborar en la salvación de la
humanidad, como obreros de su viña. Por esto es urgente reservarse tiempos
largos para la oración y para volver a pensar no solo en las motivaciones que
nos han llevado a abrazar la vida de consagración vivida en fraternidad, pero
también si las motivaciones que nos hacen permanecer en la familia religiosa
son animadas por los valores y los ideales evangélicos, o si han sido
sustituidos por otros más egoístas que nos impiden no solo donar la vida sino
ser felices!
4. “Cómo pagaré al Señor todo el
bien que me ha hecho” sal. 116
Queridas, hagamos tesoro de cuánto nos recuerdan nuestra madre fundadora
y San Francisco: “Por Jesús todo es poco, sí, todo es muy poco”, “…Nosotros
hemos prometido grandes cosas a Dios, pero mejores cosas han sido prometidas
por Dios a nosotras”.
Por el afecto
más que materno que nos une a Dios y entre nosotras, oremos las unas por las
otras para que podamos custodiar el corazón, la mente y la voluntad de las
insidias del maligno que nos quieren alejar de nuestro amadísimo esposo Jesús:
“es claro que se progresa por gracias, pero esto no basta porque es necesario
también la lucha” (Macario l’egiziano).
Comprometámonos
por lo tanto para que el óleo del amor no falte nunca en nuestros corazones y
la oración incesante de sentido a cada una de nuestras jornadas para poder
responder, motivadas y convencidas, a Jesús que está tocando: “…entra, oh
Señor, soy tuya…, esta es tu casa”.
Pidamos a
María que nos conduzca al Señor, y a Jesús que haga brillar su rostro sobre
nosotros!
Con estos
sentimientos deseo a todas y a cada una un buen adviento y una Santa Navidad.
Suor
Lina M. Orfei
hermana y madre
Cesena, 17 novembre 2011