sábado, 30 de julio de 2011

HORA DE ADORACIÒN

UNA SOLA ALMA VALE MÁS QUE EL MUNDO ENTERO





Canto de exposición



G: En este momento de adoración queremos meditar sobre nuestro estilo de servicio apostólico. Invoquemos el don del Espíritu Santo para que  nos impulse a  dejarnos guiar  por el ejemplo de Jesus y por las palabras de la Fundadora que nos invitan a donar nuestra vida como entrega gratuita y generosa al prójimo.


Canto al Espíritu Santo



EN ESCUCHA DE LA PALABRA



L.1: Lectura del Evangelio de San Mateo (25,34-40)



“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis;
estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."



L.2: Lectura del Evangelio de San Juan  (12,24-26)



“Os digo que a menos que el grano de trigo caiga en la tierra y muera, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; pero el que odia su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, Sígame; y donde yo estoy, Allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.” 

L.1: Lectura del Evangelio de San Mateo



“Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca.
Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis.” 





(Silencio y meditación personal)





ORACIÓN  (rezamos entre varias solistas)



Benditos los pies de quien, en lucha por la vida,

encuentra tiempo de ir por los caminos del mundo,

entrar en las casas y acercarse a las personas para anunciarles

que Cristo vive y es nuestra esperanza.



Benditos los pies que se apresuran a la invitación de Jesús:

“Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a todas las personas,

superando cualquier distancia para encontrar, junto a los hermanos y hermanas, el sentido de la alegría verdadera.



Benditos los pies de quien se olvida y sale de sí mismo para consolar y ayudar a quien está enfermo y solo, a quien sufre.



Benditos los pies de quien comparte su pan con el hambriento, se solidariza con el pobre, es testigo de la justicia y de la misericordia.



Benditos los pies de quien busca la profecía de una palabra que ilumine la historia humana, de quien construye hermandad y amistad en medio de prejuicios y exclusiones.



Benditos los pies de quien busca a la persona allí donde es humillada y pisoteada, de quien descubre y protege la vida donde se sufre violencia y muerte.



Benditos los pies de quien encarna la novedad del Reino, de quien sabe provocar y esperar, perseverar y sufrir para introducir lo eterno en la historia humana.



Canto

PENSAMIENTOS DE LA MADRE FUNDADORA



L.3: “una sola alma vale más que el mundo entero; por lo tanto conducir al bien estas almas inocentes, infundir en sus tiernos corazones adversidad aun por las más pequeña faltas, a fin de que nunca tengan la desgracia de caer en el abismo del pecado, orientarlas y conducirlas hacia el camino recto de la divina gracia; todo esto vale mucho más que gobernar el mundo entero.” (Const. I Pag.2)



L.4: “Os exhorto, queridas hermanas, a tener serenidad interior, desprendimiento de sí, rectitud en la educación de la juventud. Si no fuéramos así, no haríamos nada bueno, perderíamos todo, porque casi nunca hay gratitud. El Señor sí, recompensará a los que trabajan para orientar al bien a estas sus criaturas, sin buscar intereses i tratando de complacer solamente a Dios. Para obrar bien en la educación se necesita mucha experiencia, virtud y amor a Dios, desprendidas de sí y solo preocupadas de dar gloria a Dios.” (Autobiografía)



L.3 : “Era grande mi satisfacción por poder acoger a aquellas pobres niñas que todo el día estaban abandonadas al ocio de la calle, jugando y bromeando con otros chicos de su edad. Mi satisfacción tenía además otros motivos, ya que notaba la hermosa y consolante buena disposición de aquellas pobres criaturas que, por no haber recibido hasta entonces ninguna instrucción, apreciaban tanto las enseñanzas de sus Maestras que el día de descanso les resultaba un gran sacrificio. Observando la buena voluntad de las niñas, resolvimos recibirlas también los días festivos después del almuerzo, para instruirlas mejor en las verdades de nuestra Santa Religión.” (Rasgos históricos)



L.4 : “Sentía un gran respeto hacia todas las criaturas, más no temor de ninguna. Las miraba y amaba a todas en Dios, como si fueran su viva imagen, por lo que era más complaciente, caritativa, tolerante, comprensiva con ellas y dispuesta a alabar sus virtudes de las que me complacía como si fueran mías, aunque a veces alguna picaba mi amor propio que, ayudada por la gracia, me recreaba manteniéndolo quieto, inmóvil, como decía, ante cualquier ataque. Sentía este respeto y benevolencia hacia toda clase de personas y entonces no me pesaba tanto tener que tratar con los forasteros y con los criados del Monasterio porque, al ver en ellos la imagen de Dios, despertaban en mí una dulzura y ternura que me hacía ser con ellos más afable y amable. También por esto deseaba beneficiarles y ayudarles, por amor a Dios, a quien veneraba en todos ellos, sin distinción entre buenos y malos.” (Autobiografía)



(Silencio y meditación personal)



Momento de resonancia  (cada una puede repetir algunas frases o compartir una reflexión o una petición)





Canto



Oración final:



“Oh mi dulce Jesús, para que yo aprendiera a amar rectamente y contantemente tus criaturas, me enseñaste a ponerlas un te Sagrado Costado. Oh, que ofensa te causan, mi buen Jesús, aquellos que no aman por amor a ti a todas las criaturas, tan apasionadamente amadas por ti, sobre todo a las almas miserables y pecadoras. No hay pretexto ni razones para despreocuparnos porque tú, Jesús, las has buscada a todas.

 Por todas con infinito amor has fatigado, has sufrido, has dado tu preciosa vida, has derramado tu sangre hasta la última gota para aliviar las almas enfermes, reconquistar las perdidas, fortalecer las tímidas, instruir las ignorantes; con el fin de salvarles a todas y hacerlas felices. Oh Dios de Amor! Después de haber considerado tu infinito Amor por cada criatura, podré yo seguir con un corazón tan frio”.


HORA DE ADORACIÒN

POR JESUS TODO ES POCO

Canto de exposición

G: Estamos invitadas hoy a meditar la profunda adhesión de la Fundadora a Jesus crucificado en donde encuentra valor y fuerza a lo largo de toda su vida. La fidelidad a Cristo, durante las tribulaciones, le permite buscar a Dios en todo y cumplir su voluntad hasta el final.

Invocación al Espíritu Santo  (entre solista y asamblea)

Espíritu Santo, Tú que eres viento: llévame donde quieras.
Tú que eres brisa: déjame respirar lo nuevo.
Tú que eres fuerzas: levántame del suelo.
Tú que eres vida: dame pasión por la vida.
Tú que eres luz: ilumíname con tus rayos.
Tú que eres libertad: hazme realmente libre.
Tú que eres agua viva: sacia mi sed.
Tú que eres Dios: regálame la gracia de mirar más allá de las apariencias.
Tú que eres respuesta: dame fuerza para decir sí al Padre, al Hijo y a Ti Espíritu Santo.


  EN ESCUCHA DE LA ´PALABRA

G: Los apóstoles fueron testigos que seguir a Cristo, conlleva el camino de la cruz, en donde es necesario gloriarse en los sufrimientos para identificarse a Jesus crucificado.

L1: Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios (12,9-10)

Me ha dicho: "Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en tu debilidad." Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que habite en Mí el poder de Cristo.
Por eso me complazco en las debilidades, afrentas, necesidades, persecuciones y angustias por la causa de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
L2: Lectura de la primera carta del apóstol San Pedro  (4,12-13)

Amados, no os sorprendáis por el fuego que arde entre vosotros para poneros a prueba, como si os aconteciera cosa extraña.
Antes bien, gozaos a medida que participáis de las aflicciones de Cristo, para que también en la Revelación de su gloria os gocéis con regocijo.

(Silencio y meditación personal)

Salmo 66  (Rezamos entre varias solistas y cantamos un estribillo)

Est.  Nada te turbe, nada te espante;
        quien a Dios tiene nada le falta.
        Nada te turbe, nada te espante;
        sólo Dios basta.

Tú nos has probado, oh Dios;
nos has purificado como se prueba la plata.
Nos metiste en la red, y pusiste apretura sobre nuestros lomos.

Hiciste que los hombres cabalgaran encima de nuestras cabezas.
Pasamos por el fuego y por el agua,
pero luego nos sacaste  a abundancia.

Venid; Oíd, todos los que teméis a Dios,
y contaré lo que ha hecho por mi vida.

A él invoqué con mi boca y con mi lengua lo ensalcé.
Si en mi Corazón yo hubiese consentido la iniquidad,
el Señor no me Habría escuchado.

¡Pero de veras Dios me ha escuchado!
El Atendió a la voz de mi Oración.
¡Bendito sea Dios, que no Echó de Sí mi Oración
ni de Mí su misericordia.




PENSAMIENTOS DE LA MADRE FUNDADORA

L3: “A lo largo de mi vida, he experimentado que las tribulaciones nos llevan a Dios y nos unen más a Él, por lo tanto, deberíamos gozar, agradecer al Señor y aceptar los sufrimientos que El nos da, como si fueran perlas preciosas". (Carta 24-10-1887).

"Sufrir para cumplir la divina voluntad, no es sufrir, sino gozar". (Autobiografía)

L4: "Las contrariedades nos dan la ocasión de multiplicar los actos de nuestro abandono a su voluntad y así seremos más agradables a nuestro Divino Esposo. Por lo tanto, lo que podemos sentir internamente, no se opone a la voluntad de Dios, más bien nos ayuda a practicar las sublimes virtudes de la resignación, y así, tener méritos para el paraíso". (Carta sin fecha).

L5: “El Señor no solo se hacía conocer en sus divinos atributos, sino también en aquel misterio de su santísima humanidad, en el que quería que yo le considerara. Más a menudo estaba en su dolorosa agonía del Huerto. Con esta visión me hacía entender mi amantísimo divino Maestro que quería reducir mi vida, llena a cada instante de sufrimientos y penas muy intensas. Para llegar a cumplir los diseños divinos y de mis deseos proponía que quería sufrir lo más posible contradiciéndome a mí misma y prohibiéndome toda satisfacción.
El Señor, por su bondad, me ayudaba a mantenerme firme en mis propósitos no dejándome impune la más mínima falta de sufrimiento, de humildad, de mortificación, de obediencia a su divina voluntad. Esto hacía que a su presencia me daba extremo sufrimiento y confusión de dichas faltas y me quitaba su propia divina presencia que no me devolvía más sino a costa de mucho sufrir...” (Autobiografía)

L3: El conocimiento de las maravillas del sufrimiento, que tenían implícitas, me enamoraban y me empujaban a decir: Si quiero ser clavada a la Cruz de Jesús y expirar como Él entre tormentos. Pero después tomando conciencia de toda la dureza del inmenso sufrimiento que habría tenido, me paraba suponiendo mi condición humana (palpitando a la idea de tanto sufrimiento) incapaz de soportarlo. Finalmente después de largas contradicciones, en esta alternancia de querer y temer, el espíritu estimulado por la Cruz de Jesucristo, y ávido de participar en sus sufrimientos, se impuso sobre la naturaleza, la cual se unió a este para pronunciar muy alto: Si escojo la Cruz; quiero ser clavada a ella; me abandono a tanto sufrimiento; el pensamiento de que Jesús duró y aguanto hasta el último amarguísimo instante, me sostiene. (Autobiografía)

L4: “Dios mío, te prometo desde ahora el sufrir gustosamente y con generosidad todo lo que tú quieras y te prometo no decir nadie, por tu amor, todo lo que sufro, tanto en el cuerpo como en el espíritu.
Acepto cualquier encargo que me venga asignado y recordando la dolorosa agonía que soportaste por mi amor en el huerto de los olivos, acepto con agrado todo lo que (me propongan y) sea contrario a mi voluntad.(Autobiografía)

(Silencio y meditación personal)

Canto

Oración final: (juntas)

“Oh mi Dios, de ahora en adelante quisiera tenerte a ti,
 como centro de mis amores, porque tú, me has creado solo para ti
y solo tú puede llenar mi corazón que hasta ahora ha sido infeliz porque ha amado todo lo contrario a Ti 
Así, es como empezaron los disgustos, los temores, las angustias, lao aborrecimientos… el no estar nunca contenta de mí;
todo esto he pasado por que nunca te he buscado seriamente.
Oh, mi Dios! me he sentido hasta ahora tan infeliz,
no te he poseído porque no te he buscado,
y no te he buscado porque nunca he pensado seriamente
que solo tu podías hacerme plenamente feliz.
 De ahora en adelante no quiero más que Ti,
Tú solo serás en centro de mi amor.
Tú me harás feliz y capaz de todo,
oh consolación, si quiero serás mío.
 Ninguno podría alejarme de Ti”

viernes, 29 de julio de 2011

http://www.infancia-misionera.com/index.htm

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SANTA MARIA DE LOS ÁNGELES
O DE LA PORCIÚNCULA (2 de Agosto)






San Francisco de Asís pidió a Cristo, mediante la intercesión de la Reina de los Ángeles, el gran perdón o «indulgencia de la Porciúncula», confirmada por mi venerado predecesor el Papa Honorio III a partir del 2 de agosto de 1216. Desde entonces empezó la actividad misionera que llevó a Francisco y a sus frailes a algunos países musulmanes y a varias naciones de Europa. Allí, por último, el Santo acogió cantando a «nuestra hermana la muerte corporal» (Cántico de las criaturas). De la experiencia del Poverello de Asís, la iglesita de la Porciúncula conserva y difunde un mensaje y una gracia peculiares, que perduran todavía hoy y constituyen un fuerte llamamiento espiritual para cuantos se sienten atraídos por su ejemplo. A este propósito, es significativo el testimonio de Simone Weil, hija de Israel fascinada por Cristo: «Mientras estaba sola en la capillita románica de Santa María de los Angeles, incomparable milagro de pureza, donde san Francisco rezó tan a menudo, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a arrodillarme» (Autobiografía espiritual). La Porciúncula es uno de los lugares más venerados del franciscanismo, no sólo muy entrañable para la Orden de los Frailes Menores, sino también para todos los cristianos que allí, cautivados por la intensidad de las memorias históricas, reciben luz y estímulo para una renovación de vida, con vistas a una fe más enraizada y a un amor más auténtico. Por tanto, me complace subrayar el mensaje específico que proviene de la Porciúncula y de la indulgencia vinculada a ella.” Con estas palabras comenzaba el mensaje de Juan Pablo II en 1999, dirigido al Ministro General de la Orden Franciscana, en la reapertura de la Basílica y de la capilla de la Porciúncula. ¿Qué ocurrió en la Porciúncula?
Cuenta Emilia Pardo Bazán en su vida de San Francisco que una noche, en el monte cercano a la Porciúncula, ardía Francisco de Asís en ansias de la salvación de las almas. Un ángel le ordenó bajar del monte a su Santa María de los Angeles. Allí vio a Jesucristo, a su Madre y a multitud de espíritus. Oyó la voz de Jesús: - Pues tantos son tus afanes por la salvación de las almas, pide, Francisco, pide. Francisco pidió una indulgencia plenaria, que se ganase con sólo entrar confesado y contrito en aquella capilla de los Ángeles.- Mucho pides, Francisco, pero accedo contento. Acude a mi Vicario, que confirme mi gracia. Al alba, tomó el camino de Perusa, acompañado de Maseo de Marignano. Estaba en Perusa el Papa Honorio III. - Padre Santo -dijo Francisco, en honor de María he reparado una iglesia; hoy vengo a solicitar para ella indulgencia. Dime cuántos años e indulgencias pides.- Padre Santo -replicó Francisco-, lo que pido no son años, sino almas. No puede conceder esto la Iglesia -objetó el Papa.- Señor -replicó Francisco-, no soy yo, sino Jesucristo, quien os lo ruega. En esta frase hubo tal calor, que ablandó el ánimo de Honorio, moviéndole a decir: - Me place, me place, me place otorgar lo que deseas. Y llamó a Francisco: -Otorgo, pues , que cuantos entren confesados en Santa María de los Ángeles sean absueltos de culpa y pena; esto todos los años perpetuamente, mas sólo en el espacio de un día natural. Bajó Francisco la cabeza en señal de aprobación, y sin despegar los labios salió de la cámara. - ¿Adónde vas, hombre sencillo? -gritó el Papa-. Me basta -respondió Francisco- lo que oí; si la obra es divina, Dios se manifestará en ella. Sirva de escritura la Virgen, Cristo el notario y testigos los ángeles. Y se volvió de Perusa a Asís. Llegando a Collestrada, se desvió de sus compañeros para desahogar su corazón en ríos de lágrimas; al volver de aquel estado de plenitud y de gozo, llamó a Maseo a voces: ¡Maseo, hermano! De parte de Dios te digo que la indulgencia que obtuve del Pontífice está confirmada en los cielos. 

El tiempo corría el tiempo sin que Honorio autorizara la indulgencia; el retraso atribulaba a Francisco. En una fría noche de enero se encontraba abismado. Impensadamente pensó que obraba mal, que faltaba a su deber trasnochando y extenuándose a fuerza de vigilias, siendo un hombre cuya vida era tan esencial para el sostenimiento de su Orden. Pensó que tanta penitencia pararía en enflaquecer y perder su razón, y le entró congoja. Para desechar esta tentación, nacida del cansancio de su cuerpo, se levantó, y se arrojó sobre una zarza, revolcándose en ella. Manaba sangre de su piel, y se cubría el zarzal de rosas, como las de mayo. Francisco se encontró rodeado de ángeles que cantaban a coro:- Ven a la iglesia; te aguardan Cristo y su Madre –4. Francisco se levantó transportado y caminó luminoso. Sobre su cuerpo veía Francisco un vestido transparente como el cristal. Cogió de la zarza florida doce rosas blancas y doce rojas, y entró en la capilla. Allí estaban Cristo y su Madre, con innumerables ángeles. Francisco cayó de rodillas. María se inclinó hacia su hijo, y éste habló así: - Por mi madre te otorgo lo que solicitas; y sea el día aquel en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, vio milagrosamente caer sus cadenas (1 de agosto). Ve a Roma; notifica mi mandamiento a mi Vicario; llévale rosas de las que han brotado en la zarza; yo moveré su corazón. Francisco se levantó, fue a Roma con Bernardo de Quintaval, Ángel de Rieti, Pedro Catáneo y fray León, la ovejuela de Dios
Se presentó al Papa llevando en sus manos tres rosas encarnadas y tres blancas de las del prodigio. Intimó a Honorio de parte de Cristo que la indulgencia había de ser en la fiesta de San Pedro ad Víncula. Le ofreció las rosas, frescas y fragantes. Se reunió el Consistorio, y ante las flores que representaban en enero la primavera, fue confirmada la indulgencia.
Escribió el Papa a los obispos circunvecinos de la Porciúncula, citándoles para que se reunieran en Asís el primer día de Agosto, a fin de promulgar la indulgencia solemnemente. «En el día convenido apareció Francisco en un palco con los siete obispos a su lado, y pronunció una plática ferviente sobre la indulgencia. Los obispos se indignaron, y cuando el obispo de Asís se levantó resuelto a proclamar la indulgencia por diez años solos, en vez de esto repitió las palabras de Francisco; unos después de otros, reprodujeron los obispos el primer anuncio.
Durante muchos años, fue sólo conocida oralmente la indulgencia de la Porciúncula. Medio siglo después del tránsito de Francisco hallamos el primer documento de Benito de Arezzo, que dice así: «En el nombre de Dios, Amén. Yo fray Benito de Arezzo, que estuve con el beato Francisco mientras aún vivía, y que por auxilio de la gracia fui recibido en su Orden por el mismo Padre Santísimo; yo que fui compañero de sus compañeros, y con ellos estuve frecuentemente, ya mientras vivía el santo Padre nuestro, ya después que se partió de este mundo, y con los mismos conferencié frecuentemente de los secretos de la Orden, declaro haber oído repetidas veces a uno de los compañeros del beato Francisco, llamado fray Maseo de Marignano, que estuvo con el hermano Francisco en Perusa, en presencia del papa Honorio, cuando el santo pidió la indulgencia de todos los pecados para los que, contritos y confesados, viniesen al lugar de Santa María de los Angeles (que por otro nombre se llama Porciúncula) el primer día de agosto, desde las vísperas de dicho día hasta las vísperas del día siguiente. La cual indulgencia, habiendo sido pedida por el beato Francisco, fue otorgada por el Sumo Pontífice, aunque él mismo dijo no ser costumbre en la Sede Apostólica conceder tales indulgencias». Del entusiasmo que en el pueblo despertaban las indulgencias podemos juzgar por las crónicas que refieren el acontecimiento que, estremeciendo hasta las últimas fibras de la conciencia de Dante, dio por resultado la Divina Comedia. La multitud que acudía a Asís a lucrar la indulgencia era enorme. El jubileo determinaba una suspensión de discordias y luchas: la tregua de Dios
Sitiado Asís por las tropas de Perusa, el día 2 de Agosto se interrumpió el ataque, para que los peregrinos pudieran entrar en la villa para obtener la indulgencia. Gregorio XV, hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las iglesias franciscanas del mundo. Según fray Pánfilo de Magliano, la indulgencia fue concedida el año 1216, y en 1217 la proclamación solemne de la Porciúncula por siete obispos. 
La víspera del solemne día llamaba a los fieles la Campana de la Predicación; se cubría el campo de toldos y enramadas y acampaban al raso los peregrinos. Al lucir el nuevo sol se verificaba la ceremonia de la absolución, descrita por el Dante, en el canto IX del Purgatorio.
JESÚS MARTÍ BALLESTER


SANTA CLARA DE ASSIS

jueves, 21 de julio de 2011

RETIRO JULIO 2011

 Julio 2011







La oración vigilante en la hora de la prueba







INTRODUCCIÓN



Durante esta pausa mensual,  estamos invitadas a contemplar la oración de Jesús en el Getsemaní, para acoger toda la riqueza de amor y respuesta total de Jesús al amor del Padre.

Oramos en silencio, invocando en el silencio el Espíritu Santo...

El texto sobre el meditaremos a lo largo de la jornada ha sido substraído del Evangelio de Lucas:

  

39 Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron.



40 Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. 41 Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, 42 diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. 43 Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. 44 Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. 45 Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza; 46 y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación. 





COMENTARIO[1]



En esta página del Evangelio de Lucas recorre muchas veces el verbo “orar”: “orad para que no entréis en tentación”, “Jesús inclinándose oraba”, “y estando en agonía, oraba más intensamente”, “se levanta de la oración”. Después Jesús concluye repitiendo a los discípulos: “levantaos y orad para que no entréis en tentación”.

El texto está marcado entre dos exhortaciones de Jesús casi idénticas y en el centro está su oración personal. Esta oración es presentada en su inicio: “Jesús inclinándose oraba”; en el momento culminante: “estando en agonía oraba más intensamente”; en su fin: “levantándose de la oración”.

El otro tema dominante es el tema de la tentación repetido dos veces “oren para que no caigan en tentación”. Preguntémonos en qué consiste esta tentación y qué relación hay entre la tentación y la oración.





 Tentación y oración



Por tentación no se entiende, al menos inmediatamente, el impulso de hacer el mal. Es algo muy sutil y es más dramático y peligroso: es la tentación de huir de la propia responsabilidad, el miedo de decidirse, el miedo de mirar a la cara una realidad que exige una decisión personal; es el miedo de enfrentar los problemas de la vida, de la comunidad, de nuestra sociedad.

Es la tentación de la fuga de lo real, de cerrar los ojos, de esconderse, de hacerse el que no ve y no escucha para no ser implicado: es la tentación de la pereza, del miedo de lanzarse, la tentación que quiere impedirnos responder a lo que quiere Dios, la Iglesia, el mundo nos llama a realizar.

Entonces la exhortación a orar para no caer en tentación significa: orar para no caer en aquella atmósfera de compromiso y de comodidad, de cobardía, de huída y de desinterés en el cual se madura la opción de no elegir, la decisión de no decidir, la huída de la responsabilidad.

Esta situación es simplificada en el texto evangélico por aquello que hacen los apóstoles: duermen por la tristeza, duermen para no ver.

Hay otros episodios bíblicos que subrayan la huida de la realidad. El sacerdote y el levita que pasando cerca al hombre herido en el camino de Jerusalén a Jericó, cierran los ojos y siguen, huyen al llamado de la responsabilidad.

El gran profeta Elías, valiente, temerario y sereno, ha sido también él atrapado por esta tentación de liberación. De hecho en el primer libro de los Reyes, se narra que “Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida” (19,3ss.). Sin embargo, Elías había sabido hacer frente en el monte Carmelo, a los 450 profetas de Baal: Parecía que no tuviera miedo de ninguno, pero en un tramo es atrapado por esta tentación y huye de la realidad.

Y la tentación del profeta Jonás que huye porque no quiere enfrentar su compromiso de profeta. Y la tentación que toma cada uno de nosotros cuando cerramos los ojos y oídos para no ver ni escuchar las necesidades de quienes están a nuestro alrededor. Llevándonos, lejos de aquello que nos llevaría a lanzarnos con valor.

La exhortación de Jesús a orar para no caer en tentación nos hace entonces entender que la oración no es huir, no es renunciar a la responsabilidad, no es refugiarse en privado: la oración es mirar a la cara la tentación, el miedo, la responsabilidad. La oración es hacer como el samaritano que frente al hombre herido se para y se inclina sobre él. La oración es audacia que enfrenta la decisión importante. Esta es la relación que el texto nos presenta entre oración y tentación.





Cuerpo y oración



“Jesús, inclinándose, oraba”. El inclinarse de Jesús no es usual: en el templo ordinariamente se oraba de pie. Orar de rodillas significa un momento particular de  intensidad y se encuentra cualquier vez en la Biblia. Narrando la muerte de Esteban, el autor de los Hechos de los apóstoles dice: “dobló las rodilla y gritó fuerte: Señor nos les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,60).



En el instante dramático y decisivo de su muerte, Esteban se arrodilla a orar.

La descripción de Jesús arrodillado nos dice otra cosa importante: que hay una relación entre el cuerpo y la oración, entre el gesto y la oración que es vivida y recobrada. Algunas formas sobrias de la relación entre cuerpo y oración son aquellas que expresamos en la liturgia poniéndonos de pie, arrodillándonos, sentándonos y levantando los brazos para la oración del Padre Nuestro.

Pero es importante que cada uno de nosotros, en la propia oración, encuentre y exprese de manera más personal la relación entre oración y gesto, oración y cuerpo.

Jesús vive esta relación: “arrodillándose, oraba” y dice: “Padre, si quieres aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.





Padre, si quieres…



Su  oración contempla dos cosas fundamentales: La exclamación: “Padre”, que es la actitud de total confianza en aquel que lo ama como Hijo y la expresión de deseos profundos y violentos: “si quieres aleja de mí este cáliz”, “no mi voluntad sino la tuya”. Jesús deja salir en sí dos deseos objetivamente contrastantes, dos realidades conflictivas de las cuales no tiene miedo porque en su oración se unen en la petición: “se cumpla tu voluntad”.

Orar en el momento de la prueba quiere decir dejar salir la angustia, el miedo, el temor a aquello que nos enfrentamos y que se opone al deseo que tenemos de ser disponibles, de decidirnos, de enfrentar la realidad. En la oración, esta división, que está en nosotros, se une y nos dispone a la lucha y a la decisión valiente. Esto en nosotros es muy conflictivo y por eso nos impide actuar, movernos, nos paraliza en el miedo, nos lleva a aplazar en el tiempo las decisiones, a tener excusas sin límites, todo este conflicto interior, se pone a fuego en la oración, nos unifica y nos permite retomar nuestra capacidad de decidir y de decir: “se cumpla tu voluntad”, “se cumpla en mí aquello a lo que estoy llamado”. El texto nos dice además que la oración de abandono y de unidad de Jesús ha sido expresada en un estado de angustia y de agonía. Se recuerda el pensamiento de Pascal: “Jesús está en agonía hasta el fin del mundo, en su Iglesia, en los hombres”. Podemos entonces unirnos a la agonía, angustia y al desánimo de todos los hombres que en el mundo, cercano o lejano de nosotros, sufren y son puestos a prueba. Jesús en su prueba vence la prueba por nosotros hasta el fin del mundo; en su angustia es vencida la nuestra. El miedo de decidirnos, lanzarnos, de perder la vida por los hermanos es vencido por su oración en la agonía.

Jesús ha querido manifestar su angustia para estar cerca de nosotros hasta el fondo. No ha temido que apareciera su debilidad y fragilidad para enseñarnos a no tener miedo de la nuestra; a no tener tampoco miedo que esta se manifieste y sea conocida, porque en nuestra fragilidad obra la  fuerza de Dios.





Oración y vida



Pensando en Jesús que ora de rodillas, en profundo abandono al Padre, deja salir sus deseos más profundos, entra en la angustia y la vence, preguntémonos cómo oramos nosotros frente a las opciones decisivas de la vida. Nos podemos hacer tres preguntas releyendo el texto:

¿Mi oración es huída o es contemplar valerosamente lo que Dios me pide?

¿Cuándo oro uno mis deseos y los conflictos interiores en la petición de la voluntad de Dios que me hace fuerte frente a la prueba?

¿Siento la fuerza de Cristo que ora en mí, su victoria sobre la angustia y el miedo, siento que es mi fuerza y mi victoria?

Para responder a las preguntas pidamos al Señor que nos enseñe a orar así: “Haz que en nuestra oración venzamos todo miedo que nos impide decidirnos por ti, por los hermanos, por lo que nos cuesta, lo que nos asusta; haz que nuestra oración sea una victoria de nuestra fe: en ella triunfe tu poder que ha vencido el miedo de la muerte”.





                        La lucha espiritual



Preguntémonos ¿cómo nace el conflicto interior? ¿Cómo nacen las batallas del alma humana?

El ser humano (ustedes, yo), sin haberlo querido, sin haber elegido ni optado por la vida, con su gran sorpresa, se encuentra viviendo como persona. Entra en relación con todo lo que en él no es, nace en él la primera motivación de conducta: el “principio del placer”. Vale decir: dentro y fuera de sí el hombre encuentra cosas que le gustan, que para él son fuente de decepción. Cuando el hombre saborea las realidades agradables, nace en él espontáneamente la complacencia, la adhesión, en suma la apropiación. Dicho de otra forma: El hombre hace emocionalmente propias las cosas agradables y se adhiere posesivamente. En el momento en el cual el hombre advierte que sobre las cosas que le agradan pende una amenaza, o que él corre el riesgo de perderlas se turba. Y el temor el cual no es sino una descarga de energía para defender lo que posee de la amenaza de perderlo. Entra en juego la guerra.



Ocurre también otra cosa: con la mente y el corazón el hombre se opone a aquellas realidades que lo contrarían: libera una descarga emocional para agredir y destruir. Lo llamamos resistencia mental. Es la guerra. Y el hombre puede llegar a vivir en un estado general de guerra no declarada contra todo lo que lo inquieta y lo rechaza: su nariz, su estatura, la obesidad, la memoria frágil, lo que da vergüenza y tristeza, así como su temperamento, la falta de encanto, su aspecto mezquino, los compañeros de trabajo, los enemigos políticos, los familiares, los parientes, el tráfico insoportable, el calor tropical etc. Rechaza todo lo que lo inquieta y lo declara enemigo propio. Como consecuencia, es posible que el hombre comience a vivir de forma umbrosa, temerosa, sospechosa y agresiva.

Estas manos no me gustan: entonces, son mis enemigas. Me avergüenzo de este aspecto: aquí está mi enemigo. ¿Este ruido me irrita? Entonces es mi enemigo.

Los enemigos están, entonces, dentro de nosotros. O también: los enemigos existen en la medida en que nosotros les demos vida con nuestras resistencias mentales.

Si los enemigos están dentro de nosotros, dentro de nosotros también están los amigos. Si acepto este aspecto, por poco agraciado que sea, es mi amigo. Y el primer punto de la liberación interior está en hacerse amigo de sí mismo. Este tipo, por antipático que sea, si lo acepto, es mi amigo. El problema no está en él, sino en mí. Si acepto esta lluvia tan triste, es mi hermana lluvia. Si acepto esta enfermedad, es mi hermana enfermedad. Si acepto la muerte, es mi hermana muerte.

El bien y el mal se encuentran, por lo tanto dentro de nosotros; en nuestro poder está la capacidad de transformar todos los males en bienes.





¿Cómo se vencen las guerras?



La respuesta es inmediata: a través de la oración de abandono, como Jesús en el Gestsemaní. Démonos cuenta rápidamente que aquí no consideramos, ni practicamos esta reconciliación como terapia, aún siendo una terapia purificadora de gran eficacia, sino como oración, y, de verdad, como la más alta y profunda expresión de la oración evangélica: la oración de abandono.

En efecto, en la oración de abandono está incluso, en primer lugar, un tributo de silencio y de fe, porque el creyente trata de ver, con los ojos de la fe, la selva de los fenómenos empíricos, de las causas segundas y de las apariencias exteriores y, más allá de todo, descubre lo que es la base fundamental de toda la realidad: Dios Padre. Detrás de lo que se ve, el creyente descubre lo que no se ve.

En segundo lugar, la oración de abandono toma el amor más puro en sentido evangélico: el amor oblativo. Hablamos de oblación porque es un sacrificio, un morir a una forma de ser muy viva, pero autodestructivo, como el resentimiento, la vergüenza, la tristeza, la repugnancia…, para dar lugar a un “no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. Por lo tanto en esta oración hay un morir a toda clase de fuerzas regresivas y agresivas del corazón como tributo silencioso de fe y de amor: “hágase tu voluntad”.





No hay derrota para quien se abandona



Oración de abandono, en cuanto hecho y actitud, es un carril de alta velocidad apta para conducirnos a la liberación total, a la santidad perfecta – y por qué no – a la felicidad completa. La oración de abandono lleva a vivir en alta tensión los elementos más constitutivos del Evangelio: la fe y el amor. La vida misma obliga al cristiano a vivir en permanente actitud de abandono, ya que en cada momento del día llegan, la sorpresa, molestias, penas, desilusiones, enfermedades, traiciones, incomprensiones…

El peor de los problemas puede desaparecer con un “hágase tu voluntad”. Para los dolores de la vida no hay analgésico más eficaz. Aquel “que se abandona” reduce al silencio las rebeliones reactivas que en él se derivan por los choques de la vida., amortigua los afanes del resentimiento, pone su cabeza en las manos del Padre y, diciendo “hágase tu voluntad”, acepta en silencio y paz en el logro de una vida libre y feliz. De vivir el abandono nace la serenidad, desaparecen los complejos, los temores se los lleva el viento, están prohibidas las angustias, a veces las amarguras son dulces, desvanece la ansiedad frente a la incertidumbre del futuro. Cuando se dice “hágase tu voluntad” los fracasos dejan de ser tales, y la muerte deja de ser muerte, así como sucedió en Getsemaní. En definitiva, no es posible la derrota para aquellos que se abandonan.







¿Qué etapa del camino estamos viviendo, en nuestra adhesión a Jesús Esposo crucificado?

¿Qué pasos faltan por dar?



[1] Ho arricchito con alcune considerazioni personali alcune riflessioni di C.M. MARTINI, Itinerario di Preghiera Con l’Evangelista Luca, Ed Paoline, Roma, 1983, p. 65-69.