DIOS SE
REVELA EN NUESTRA
HISTORIA
En casa se me
enseñaba la doctrina cristiana, pero de una forma tan torpe y burda que no solo
no gustaba de los misterios divinos que encerraba, sino que sentía tal
aburrimiento que para mí no había mayor castigo que ser llamada a recitar las oraciones
o la doctrina.
Si las cosas de
nuestra santa religión me hubieran gustado tanto como los cuentos que aprendía
al mismo tiempo, yo habría evitado el mal al que me abandoné movida por mi
impulsivo talante y seguido el camino de la virtud de la que durante todo ese
tiempo lo ignoraba todo, incluso el nombre. Pese a mi desinterés por la doctrina cristiana, me quedó grabada la existencia y el hecho de ser Dios Creador y Señor de todo el universo. Creía firmemente en esta verdad y al observar todas las cosas sorprendentes que se presentaban ante mis ojos tanto en el cielo como en la tierra, pensaba y me decía: “¿Quién hizo todas estas cosas tan maravillosas...? Nadie más que Dios omnipotente puede haberlas hecho, por sí solas, no pueden existir”. Asimismo me quedó grabado el eterno castigo del Infierno que este Supremo Señor y Creador tiene preparado para los malos y el Paraíso lleno de alegría destinado por Él a los buenos. También creía en esas verdades, pues me parecían muy razonables y dignas de la sabiduría y justicia de Dios.
Por eso, al ver en mí tanta maldad, estaba segura de que sufriría las penas eternas del Infierno. Por añadidura una criada me decía que seguro que iría al Infierno. Me lo decía con buenas intenciones, ya que lo hacía para que pusiera fin a mis continuas impertinencias, especialmente a la cólera, a la que veía que me abandonaba con frecuencia. Pero entonces yo más encolerizada que nunca, persuadida de ir realmente al Infierno, le respondía: “No hace falta que me lo digas, ya lo sé”. Esta convicción me hacía ser más mala y caprichosa y, de hecho, para mí era una especie de Infierno que me producía una pena continua y no me hacía gozar de un momento de paz y de verdadera alegría, aunque tuviese muchas ocasiones de divertirme en mi hogar. Iba de mala gana y con gran desagrado a clase de una acostumbraba a abismarme en el pensamiento de una eternidad infeliz y me producía una pesadumbre y un desasosiego indescriptible pensar siempre en esas penas y tormentos, sin jamás salirme de ellos. Asimismo tomaba en consideración la dichosa eternidad del Paraíso, y ese continúo gozar y esa felicidad infinita me producía angustia y pesadumbre a la vez, pues pensaba que no participaría nunca de aquel júbilo. Aquellas reflexiones, unidas a mis otras continuas penas, a los disgustos que sufría por mis continuos castigos y a los males que me producían mis juegos y alboroto desmesurado, convertían, a mi entender, en realmente mísera mi existencia de aquellos años. Me parecía que había nacido sólo para ser infeliz y me quejaba a Dios diciéndole: “¿Acaso, Señor, me has creado para ser infeliz y desgraciada...?” Solía repetirlo sea cuando estaba en la escuela angustiada por mis pensamientos, sea en el patio de mi casa mirando al cielo, donde creía realmente que estaba Dios que oía las lamentaciones que le dirigía.En los años de mi infancia, es decir, hasta los trece años, en que tuve la suerte de que me llevaran a educar al Monasterio, por desgracia mantuve mi corazón vagando por las vanidades del mundo y separado del Señor experimentando desde esa tierna edad…
Tras haberle
expuesto mis penas, sentía el deseo de ver a este Dios Creador y Señor del
universo, y me atrevía a decirle suspirando y mirando fijo al cielo: “¡Oh si pudiera verte gran Dios! ¡Haz que
te vea!” Mientras iba diciéndolo, recuerdo que de pronto escuché una voz dentro
de mi alma que me decía: “¡Me verás...! ¡Me conocerás...!”Al mismo
tiempo mi certeza de que esto se cumpliría sin entender cómo, llenaba todo mi
ser de una inexpresable alegría. Pienso que tal como Santa Isabel sintió a San
Juan exultar en su seno al acercársele Jesús llevado por la Virgen María en su
vientre, así yo sentía exultar mi corazón al oír esa voz.
Al empezar a conocer de algún modo al Señor y su amor por mí tras la
Sagrada Comunión, anhelé corresponderle con todo el amor de mi corazón. Fue
entonces cuando, por la felicidad que sentía yendo hacia el Señor y estando
unida al Él, comprobé que era verdad la máxima que fuera y lejos de su Dios
ninguna criatura encuentra la paz y la verdadera dicha. Las penas que se
mezclaban con mi felicidad se debían a que a veces me sentía como dejada de la
mano de mi divino Señor, por no sentirle cerca de mí con los dulces efectos de
esa amable presencia que solía disfrutar habitualmente. Transcurrido alrededor
de un año y medio en el Monasterio, cabe suponer que las faltas que cometía
pese a mis buenos propósitos provocaban que el Señor me abandonara, y así era,
habida cuenta de mi mayor conocimiento de Él y de lo que podía disgustarle.Me hacía sentir su divina presencia en cualquier lugar y tarea, y en especial en la oración en la que empleaba el tiempo que tenía, pero sin entender en absoluto este ejercicio, en el que no me preparaban especialmente, por lo que, sin método y sin saber qué tenía que hacer al principio, a la mitad o al final, me ponía ante el Señor empezando a adorarle con un íntimo sentimiento de fe y a reconocerle como un ser incomprensible, infinitamente bueno, amable, rico, poderoso... sin imaginarle de ninguna manera. Con frecuencia su divina presencia prevenía estos actos de fe y de adoración y me encontraba de inmediato unida y próxima a la majestad del Señor que con la fe imaginaba siempre a mi lado observando mi interior y mi exterior. Esto para mí era suficiente para continuar mi oración que, de todos modos, hacía con mucho gusto y deseo de no interrumpirla jamás, máxime cuando al continuarla sentía despertar en mí el entusiasmo de un gran amor a Dios y el deseo de unirme a Él y de asemejarme a su divina perfección dentro de las posibilidades de la mezquindad y pequeñez de mi ser.
Reflexión : Qué imagen y experiencia di Dios descubrimos
en esta etapa de la vida de la Fundadora?
Proclamamos el
salmo 103 entre varias
solistas y cantamos un estribillo: Yo creo en el amor de Dios …..
TERCERA ETAPA
En el centro de su experiencia destaca "el
ardiente amor al bien amado Crucifijo" como fuente inspiradora de
su caminar, motivo para superar las dificultades y las incomprensiones
que se fueron presentando y fuerza para aceptar la inseguridad de la
pobreza y la falta de apoyos humanos. El crucifijo continúa siendo para ella su
libro de estudio del que aprende a vivir, a amar, a servir a quien está
desamparado y en el que encuentra su identidad de persona amada y estimada por
Dios.
Tras mi ingreso en
Religión, al pensar en esto lo he considerado como un favor especial de mi
amantísimo Señor que no solo quería darme una señal de mi salvación eterna,
sino presagiar que me convertiría en su esposa y las comuniones que su infinito
amor me habría concedido más adelante, a pesar de mis muchas infidelidades. ¡Oh
mi Supremo Amor, qué bien se ha cumplido el presagio! ¡Oh cómo y cuántas veces
te has hecho ver y conocer por mí como un Dios omnipotente, amante y sumamente
misericordioso, aunque habrías tenido toda la razón para esconderte de mí y
aborrecerme! La consecuencia de mi ingratitud opuesta a tu infinito amor, Dios
mío, es para mí un tormento mayor que el mismo Infierno que tantas veces merecí
por su causa. De esta semejanza y unión hablaba con mi divino Señor
con gran confianza e intimidad abandonándome a Él como en el regazo de un
amantísimo Padre, en el que, sin hacer otra cosa, reposaba para amarle ... La
búsqueda de esta divina semejanza se basaba antes de todo en conocer y
descubrir mis errores, vicios, pasiones y malas costumbres, de cuya fealdad, confusa
y apenada, declaraba a mi divino Señor que me despojaría para revestirme de las
virtudes, sobre cuya belleza y utilidad reflexionaba mirando las perfecciones
divinas, fuente de toda virtud.
Asimismo, no dejaba de atribuir al Señor todos los beneficios repartidos
por Él a sus criaturas tanto en la Creación como en la Redención, y cada uno me
hacía admirar la inmensidad de su amor hacia los seres humanos, sobre todo por
haberles dado su unigénito Hijo por Redentor y Maestro, y haberle por ello
expuesto a inmensos sufrimientos y a la muerte de cruz que Él soportó con
infinito amor por la salud de todas las criaturas. Me detenía sobre todo a
considerar uno por uno los misterios de la pasión de este divino Verbo
encarnado. Esto era lo que más me movía al bien, puesto que la visión de los
sufrimientos y el amor de este Verbo encarnado despertaban en mi corazón un
cada vez más vivo deseo de alejarme de todo aquello que se oponía a este santo
Amor, para seguir sólo lo que podía convertirme en más aceptada y similar a Él.
Otra gracia muy especial fue cuando un día me sentí embargada por un
extraordinario amor y estima por la pureza. Aquel sentimiento me convirtió en
otra criatura muy diferente de la que era antes, tanto es así que yo misma me
sorprendía con esta nueva transformación, advertida incluso por las demás que
trataban de averiguar la causa de este cambio tan sorprendente, cuyo origen y
motivo mantenía ocultos en el fondo de mi corazón. Este amor por la pureza me
producía cierta paz y una dulce alegría que me empujaban a un súbito arranque
de amor a Dios, el único al que sentía que tenía que dedicar mi vida y que
quería tener dentro de mí para yo también poder decir: “Ya no soy yo que vivo,
es el Señor que vive y actúa en mí”.Sentía un gran respeto hacia todas las criaturas,
más no temor de ninguna. Las miraba y amaba a todas en Dios, como si fueran su
viva imagen, por lo que era más complaciente, caritativa, tolerante,
comprensiva con ellas y dispuesta a alabar sus virtudes de las que me complacía
como si fueran mías.Me imaginaba su inmensa caridad para con los hombres y especialmente para conmigo, su gran bondad, sabiduría, omnipotencia, riqueza y todos los demás atributos que constituyen su
Ser Divino y dan regla a los que dependen de Él por haber sido creados por Él junto con todas las cosas que existen. Me entretenía en el misterio inefable de la Encarnación de su Verbo divino, en su Nacimiento divino, en su infancia, en los valiosos años de su vida y muy en especial en los misterios de su dolorosa Pasión y muerte ignominiosa. Mi corazón quedaba siempre impresionado por las cosas que mi Maestro Divino me revelaba de sí mismo y de la virtud, dado que lo hacía con una luz, suavidad y claridad que mi presente oscuridad hace que me resulte más difícil expresar.
Me siento unida y sólo me apoyo en la misericordia de Dios que, hoy por hoy, lo es todo para mí y representa todo mi bien. ¡Unida a esta Misericordia divina no temo el abandono de todas las Criaturas, ni sus desprecios, antes bien, deseo que me abandonen todas para poder unirme y estrecharme cada vez más a esta misericordia de mi Dios. La noche antes de dicha solemnidad de María, 7 de septiembre, en que se celebraba el aniversario de mi toma de hábitos, fue aquella noche beatísima en que el Señor me participó la conocida Cruz y empezó a hacérmela gustar con las penas intensísimas que la siguieron….La misma Cruz de Jesucristo con todos los instrumentos de su pasión fueron puestos ante mí y se me dijo: ¿tu quieres ser clavada a la Cruz de Jesús y participar de los tormentos de su amarguísima Pasión?....Ante tal visión y exhibición me sentí salirme de mi misma por la satisfacción, y caí extendida ante el Venerabilísimo Signo de la Cruz. El conocimiento de las maravillas del sufrimiento, que tenían implícitas, me enamoraban y me empujaban a decir: Si quiero ser clavada a la Cruz de Jesús y expirar como Él entre tormentos. Me hizo entender que mi deuda consistía en darle todo sin reservas....pero también quería que estuviese a través del amor siempre unida a Él en las obras, que quería sólo para sí en cada cosa... Que no debía dejar pasar ninguna ocasión con la que pudiese mostrarle mi amor con el sufrimiento para sacrificarme en todo momento en la Cruz con Él.
Oí de repente una voz que me decía cariñosamente: “La cruz sea tu guía. Ésta te conducirá con seguridad y sustituirá toda ayuda humana!” ¡Qué extraordinaria alegría me aportaron las palabras de mi amantísimo Salvador! ¡Qué valioso me mostraban el sufrimiento: veía en él todo bien y felicidad.
Iluminación Bíblica: 1Juan 4,7-21
Cuales son las diferentes imágenes
y experiencia de Dios que he tenido a lo largo de los años, que cambio han
ocurrido en mi?
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