viernes, 12 de agosto de 2011

SANTA CLARA DE ASIS

  CRISTOLOGIA DE SANTA CLARA

                                 “Así pues, queridísima hermana, y, más aún,
señora digna de toda veneración,
pues sois esposa y madre y hermana de mi Señor Jesucristo,
esplendorosamente distinguida con la insignia de la virginidad inviolable
 y de la santísima pobreza, afianzaos en el santo servicio,
 que con ardiente anhelo comenzasteis,
al pobre Crucificado”
(1CtaCl 12-13).

Espejo de la eternidad, esplendor de la gloria y figura de la sustancia divina, el Cristo de Santa Clara es un esposo, un hijo, un hermano al que ella puede abrazar concretamente. Es Alguien al que ella dedica todo el espacio interior de su virginidad, es un Crucificado Pobre a quien ella sirve fielmente porque se entregó a Él con amor ardiente.

Nuestra religiosidad tiene la objetividad del Cristo que tenemos en la mente y en el corazón. Nosotros también podemos poseer un Cristo concreto. Es el resultado de nuestra contemplación personal, pero también es la condición para que contemplemos y vivamos sin estar por las nubes.

El Cristo concreto de Santa Clara, son aspectos personales de una relación directa, cálida, profunda, perseverante. Ése es el resultado de su contemplación. Nos proponemos ahora resaltar esos aspectos.

1. Jesucristo Pobre y Crucificado

Clara fue preanunciada por el Crucificado ante el cual su madre estuvo rezando antes  de su nacimiento. Con su madre debió haber dado los primeros pasos para amar a ese Jesús que estaba en la Cruz sólo porque nos amaba infinitamente. Y comprobó cómo  el Altísimo se despojó de su fuerza, de su poder, hasta de sus ropas y de su dignidad, humillándose para llegar al encuentro de los humildes. Desde su niñez, Clara abrió su corazón a los pobres. Y les abrió también las manos.

Posteriormente, en la madurez de su vida, demostraría que su actitud no fue solamente emocional, compasiva ante quienes sufrían. Era la consecuencia de ver Cristo pobre en la persona de los pobres concretos que sufrían hambre y frío por las calles, allí, cerca de su misma casa.

Una persona que no tiene lo suficiente para vivir es una persona con su vida arriesgada. Solemos mirar hacia otro lado porque no nos agrada pensar en esa muerte. Clara la miró de frente: es la actitud de un femenino que siente  el grito de una vida que quiere renacer ante una posible muerte  presente. Las Fuentes dicen que ella, muchas veces, mandaba llevar comida o dinero a los pobres; lo hacía así ciertamente para no llamar la atención. Lo importante es que esos pobres la motivaran, como motivaron al Hijo de Dios a descender de los cielos.

Cuando se encontró con San Francisco, vio en él una imagen viva de ese Cristo Pobre y Crucificado. Y compartió con él otras experiencias. Descubrió a Jesús pobre y crucificado desde el nacimiento en el pesebre, en la vida humilde de Nazaret y en  el anuncio de la Buena Noticia a los pobres.

Para Clara, Francisco unía en sí tanto a Jesús Pobre  como a los pobres de la calle. Era una síntesis viva de lo que ella sentía en su corazón. Expresaba lo que ella pensaba y quiso escucharlo más. Él le habló, pero ella también debe haberle hablado. Seguramente él se sorprendió  de encontrarse con una mujer rica que miraba las cosas como tan sólo él las veía. Hay diversos testimonios tanto en la Leyenda como en el Proceso de Canonización de que su tema era Jesucristo. Por otra parte, en sus coloquios, determinaron vender cuanto era de ella  para darlo a los pobres. Y ella  nunca quiso echarse atrás en esta determinación  para no defraudar a los pobres.

Transmitía esa experiencia a las Hermanas, recordándoles a la pobrecita madre de Jesús, que no tuvo con qué vestirlo en Belén, a no ser con unos pobres pañales. La tenía muy presente  en todas las demás circunstancias en que ella y Jesús vivieron la pobreza: “Por amor del santísimo y amadísimo Niño, envuelto en pobrísimos pañales y reclinado en un pesebre, y de su santísima Madre[1].

Éste fue un tema que ella compartió con Francisco. Al parecer, ambos tuvieron experiencias semejantes aun antes de conocerse. Ella recordó con más asiduidad la pobreza de Nuestra Señora. Quizás se haya sentido femeninamente más próxima como mujer pobre a otra mujer en esa misma situación. Es posible que haya comprendido mejor los  aspectos que implican la vida de una mujer pobre.

Ella sintió lo que Jesús sentía: la más amplia confianza en el Padre Celestial. Quien es hijo del Padre Eterno no necesita apoderarse de nada. Se puede disfrutar con alegría y desprendimiento de todos los dones maravillosos que nos llegan diariamente, dejándolos enteramente a disposición de quien los necesita más que nosotros.

Este aspecto de la confianza en el Padre nos recuerda al Salmo 130, en el que el Salmista se compara a un bebé que acaba de mamar y yace confiado en el regazo de su madre. Sólo que es un adulto quien recuerda esa situación. La confianza es un sentimiento muy adecuado para nosotros, que, con tanta frecuencia, nos contentamos con una fe que no pasa de ser una idea, algo muy intelectual.

2. El Cristo Hermano

En la contemplación diaria, fue creciendo año tras año, Clara acogió al Jesús total, inclusive  cuando dijo: “Aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi madre, mi hermano, mi hermana...” (Marcos 3,35). En lugar de pactar uniones, como las que estaban haciendo sus conciudadanos de Asís, “para proteger sus bienes”, creyó mucho más importante unirse a los otros hermanos de Jesucristo para aprender a hacer la voluntad del Padre que está en los Cielos: dar vida en plenitud a todos.

Siempre tenemos a nuestro lado hermanos o compañeros. Desde una dimensión meramente humana, tendemos a verlos como a personas que deben ayudarnos. En cambio, desde una dimensión contemplativa, los podremos ver como a hermanos de Jesucristo, y entonces serán para nosotros personas con quienes debemos compartir todos los dones. No sólo recibimos, principalmente, damos. La fraternidad asumida por Clara y Francisco, comporta, sobre todo, servir. Son numerosos los ejemplos que en ese sentido nos ofrecen  los testimonios del Proceso de Canonización  de Santa Clara.

Para ella, ser hermana de Jesucristo Hermano le exigió vivir un programa, como se lo exigió seguir los pasos de Jesucristo Pobre. Fundó la Orden de las Hermanas Pobres. Fue la madre de la inmensa familia que, ocho siglos después, sigue cifrando su alegría en vivir la vida de los Hermanos y de las Hermanas Pobres, abriendo un nuevo camino para toda la Iglesia.

El programa consiste en buscar intencionalmente hermanos de Jesucristo; luchar por mejorar la relación con los/as hermanos/as encontrados/as; estar seguros de que un día lo único que sobrevivirá será nuestra condición de hermanos/as; darnos cuenta de que la inmensa mayoría de las personas no es tratada como hermanas y, finalmente, cómo  esto es de una necesidad vital, más importante que la comida, los vestidos y la casa.

Para Santa Clara ese programa no quedó en meras palabras. Puso toda su energía de mujer fuerte en luchar hasta el fin para que esa vocación, inspirada por Dios, lograse ser una realidad para muchos. Si ese ideal de fraternidad ha llegado revitalizado hasta nuestros días, se lo debemos a ella y a Francisco, como a tantos otros.

Vivimos una época muy egoísta, donde cada uno se preocupa tan sólo de sí mismo. Para construir la fraternidad hay que trabajar. Es una de esas necesidades vitales que solamente se consiguen construyendo, haciendo, fortaleciendo el tejido fraterno.

Los ejemplos de Santa Clara son muchos. Por citar algunos: dejó de lado  el silencio riguroso que patrocinaba Hugolino para que las Hermanas se comunicasen fraternalmente; logró que todo se resolviese siempre en fraternidad; lavaba los pies y manos de sus hermanas y servía de modo especial a las más jóvenes y a las enfermas y ancianas.

3. El Jesucristo Esposo

Jesús dijo que, mientras estaban en su compañía, los discípulos no debían ayunar. Estaban de fiesta. Se identificó con la amplia y vasta figura bíblica de Dios-Esposo de su Pueblo.

Al presentarse como esposo, Jesús tiende un puente de relación. Esposo es una persona con quien se comparte la vida, cuerpo y alma, lecho y mesa, hijos y sueños. Es una experiencia muy concreta, a pesar de ser provisoria,  puesto que en la eternidad no tendremos esposos, a no ser al mismo Dios. Dios, sí, será eternamente el esposo del Pueblo.

Cristo concretiza en sí el infinito que puedo amar como alguien que es mi prójimo y tan pequeño como yo. Pero también concretiza esa otra dimensión difícil de abarcar: somos un pueblo de miríadas de personas, esparcidas a lo largo de todos los tiempos y de todas las naciones del mundo. Y no nos relacionamos tan sólo con las personas: estamos ligados a todas las criaturas.

Santa Clara expresa muy bellamente algunas de las consecuencias fundamentales a Inés de Praga, por ser esposa de Jesucristo: “Conteniendo en ti a Aquel que te contiene a ti y a todos las cosas, y poseyendo aquello que poseerás más firmemente que todas las posesiones pasajeras de este mundo[2]. “Por decirlo con las mismas palabras del Apóstol, te considero cooperadora del mismo Dios y sostenedora de los miembros de su Cuerpo inefable que caen[3].

Ella, que vivió e hizo efectiva en su vida las palabras del Cantar de los Cantares, quiso ser virgen, reservando un espacio cada vez mayor para Dios en su corazón. Y se abrió al Pueblo de Dios en el universo y en la historia. Por eso, aun escondida en un eremitorio, fue y continúa siendo luz para nosotros/as y para todos los hombres y mujeres.

Su figura es como la de los profetas: nos recuerda que Dios hizo una Alianza con nosotros y que, si la rompemos, tenemos que volver a reanudarla. Porque Él, siempre fiel, nos está esperando.

Dios siempre se hizo concreto a través de los profetas. Especialmente cuando su pueblo se mostró de “dura cerviz”. Cualquiera puede ser profeta. Su mensaje debe ser siempre la alianza. En el profeta, la palabra del esposo se hace audible. Sí, contiene una censura, pero, en definitiva, es una profunda palabra de amor.

De cuanto se ha dicho hasta ahora podemos concluir que:

1. Si Él, siendo el Altísimo, se hizo pequeño y pobre para salvarnos, tomando la Cruz que genera Vida, ¿cómo nosotros/as, nos podemos abajar, empequeñecer y tomar la cruz de todos los días para seguirlo?

2. Jesucristo vino para salvar al mundo y, si nosotros nos hemos comprometido con Él, al menos en algo el mundo tiene que mejorar porque nosotros estamos presente. ¿Nuestro mundo es cada vez más humano?
3.  Nuestro medio de transformar al mundo, como Clara, es el ejemplo de vida fraterna, con Jesús Hermano y con sus hermanos y hermanas, con quienes nos hemos comprometido.

4. La fraternidad no es un mundito aparte en el que nos refugiamos y nos defendemos de una humanidad difícil. Es una célula en que comenzamos el proceso de hermandad de toda la humanidad.

Algunas sugerencias prácticas:

1. Para que el tiempo de contemplación diaria tenga contenido, recordemos fuera de ese tiempo, cómo Cristo actúa y sigue actuando en la vida de cada uno/a. ¿De qué manera Él nos va transformando? ¿Cristo se transparenta para la vida de los demás a través nuestro? Démonos tiempo para contemplar cómo Jesús transforma las cosas y llega a las personas a través nuestro.

2. Desde que estamos siguiendo a Jesucristo seguramente hemos crecido. ¿En qué hemos crecido? ¿Fueron acaso cualidades y experiencias las que han hecho de nosotros/as personas más cercanas, más cálidas, más fraternas, más fascinantes?
           
3. El Cristo más concreto con quien nos encontramos todos los días son, no nos engañemos, los hermanos y hermanas de nuestra fraternidad. ¿Cómo ha sido ese encuentro? ¿A partir del mismo, ha aumentado en cada uno/a la voluntad de encontrarnos con otras personas? ¿Cómo se transforma la propia vida a raíz del encuentro con todos los hermanos o hermanas de la Orden, Congregación o Provincia desde el día en que hemos ingresado en ellas? En la medida en que transmitamos esa experiencia, estaremos salvando el mundo.


[1]  Forma de vida (Regla) de Santa Clara 2, 25.
[2] Tercera Carta de Santa Clara 26.
[3] Tercera Carta de Santa Clara 8.

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