Julio 2011
La oración vigilante en la hora de la prueba
INTRODUCCIÓN
Durante esta pausa mensual, estamos invitadas a contemplar la oración de Jesús en el Getsemaní, para acoger toda la riqueza de amor y respuesta total de Jesús al amor del Padre.
Oramos en silencio, invocando en el silencio el Espíritu Santo...
El texto sobre el meditaremos a lo largo de la jornada ha sido substraído del Evangelio de Lucas:
39 Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron.
40 Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. 41 Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, 42 diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. 43 Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. 44 Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. 45 Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza; 46 y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación.
En esta página del Evangelio de Lucas recorre muchas veces el verbo “orar”: “orad para que no entréis en tentación”, “Jesús inclinándose oraba”, “y estando en agonía, oraba más intensamente”, “se levanta de la oración”. Después Jesús concluye repitiendo a los discípulos: “levantaos y orad para que no entréis en tentación”.
El texto está marcado entre dos exhortaciones de Jesús casi idénticas y en el centro está su oración personal. Esta oración es presentada en su inicio: “Jesús inclinándose oraba”; en el momento culminante: “estando en agonía oraba más intensamente”; en su fin: “levantándose de la oración”.
El otro tema dominante es el tema de la tentación repetido dos veces “oren para que no caigan en tentación”. Preguntémonos en qué consiste esta tentación y qué relación hay entre la tentación y la oración.
Tentación y oración
Por tentación no se entiende, al menos inmediatamente, el impulso de hacer el mal. Es algo muy sutil y es más dramático y peligroso: es la tentación de huir de la propia responsabilidad, el miedo de decidirse, el miedo de mirar a la cara una realidad que exige una decisión personal; es el miedo de enfrentar los problemas de la vida, de la comunidad, de nuestra sociedad.
Es la tentación de la fuga de lo real, de cerrar los ojos, de esconderse, de hacerse el que no ve y no escucha para no ser implicado: es la tentación de la pereza, del miedo de lanzarse, la tentación que quiere impedirnos responder a lo que quiere Dios, la Iglesia , el mundo nos llama a realizar.
Entonces la exhortación a orar para no caer en tentación significa: orar para no caer en aquella atmósfera de compromiso y de comodidad, de cobardía, de huída y de desinterés en el cual se madura la opción de no elegir, la decisión de no decidir, la huída de la responsabilidad.
Esta situación es simplificada en el texto evangélico por aquello que hacen los apóstoles: duermen por la tristeza, duermen para no ver.
Hay otros episodios bíblicos que subrayan la huida de la realidad. El sacerdote y el levita que pasando cerca al hombre herido en el camino de Jerusalén a Jericó, cierran los ojos y siguen, huyen al llamado de la responsabilidad.
El gran profeta Elías, valiente, temerario y sereno, ha sido también él atrapado por esta tentación de liberación. De hecho en el primer libro de los Reyes, se narra que “Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida” (19,3ss.). Sin embargo, Elías había sabido hacer frente en el monte Carmelo, a los 450 profetas de Baal: Parecía que no tuviera miedo de ninguno, pero en un tramo es atrapado por esta tentación y huye de la realidad.
Y la tentación del profeta Jonás que huye porque no quiere enfrentar su compromiso de profeta. Y la tentación que toma cada uno de nosotros cuando cerramos los ojos y oídos para no ver ni escuchar las necesidades de quienes están a nuestro alrededor. Llevándonos, lejos de aquello que nos llevaría a lanzarnos con valor.
La exhortación de Jesús a orar para no caer en tentación nos hace entonces entender que la oración no es huir, no es renunciar a la responsabilidad, no es refugiarse en privado: la oración es mirar a la cara la tentación, el miedo, la responsabilidad. La oración es hacer como el samaritano que frente al hombre herido se para y se inclina sobre él. La oración es audacia que enfrenta la decisión importante. Esta es la relación que el texto nos presenta entre oración y tentación.
Cuerpo y oración
“Jesús, inclinándose, oraba”. El inclinarse de Jesús no es usual: en el templo ordinariamente se oraba de pie. Orar de rodillas significa un momento particular de intensidad y se encuentra cualquier vez en la Biblia. Narrando la muerte de Esteban, el autor de los Hechos de los apóstoles dice: “dobló las rodilla y gritó fuerte: Señor nos les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,60).
En el instante dramático y decisivo de su muerte, Esteban se arrodilla a orar.
La descripción de Jesús arrodillado nos dice otra cosa importante: que hay una relación entre el cuerpo y la oración, entre el gesto y la oración que es vivida y recobrada. Algunas formas sobrias de la relación entre cuerpo y oración son aquellas que expresamos en la liturgia poniéndonos de pie, arrodillándonos, sentándonos y levantando los brazos para la oración del Padre Nuestro.
Pero es importante que cada uno de nosotros, en la propia oración, encuentre y exprese de manera más personal la relación entre oración y gesto, oración y cuerpo.
Jesús vive esta relación: “arrodillándose, oraba” y dice: “Padre, si quieres aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Padre, si quieres…
Su oración contempla dos cosas fundamentales: La exclamación: “Padre”, que es la actitud de total confianza en aquel que lo ama como Hijo y la expresión de deseos profundos y violentos: “si quieres aleja de mí este cáliz”, “no mi voluntad sino la tuya”. Jesús deja salir en sí dos deseos objetivamente contrastantes, dos realidades conflictivas de las cuales no tiene miedo porque en su oración se unen en la petición: “se cumpla tu voluntad”.
Orar en el momento de la prueba quiere decir dejar salir la angustia, el miedo, el temor a aquello que nos enfrentamos y que se opone al deseo que tenemos de ser disponibles, de decidirnos, de enfrentar la realidad. En la oración, esta división, que está en nosotros, se une y nos dispone a la lucha y a la decisión valiente. Esto en nosotros es muy conflictivo y por eso nos impide actuar, movernos, nos paraliza en el miedo, nos lleva a aplazar en el tiempo las decisiones, a tener excusas sin límites, todo este conflicto interior, se pone a fuego en la oración, nos unifica y nos permite retomar nuestra capacidad de decidir y de decir: “se cumpla tu voluntad”, “se cumpla en mí aquello a lo que estoy llamado”. El texto nos dice además que la oración de abandono y de unidad de Jesús ha sido expresada en un estado de angustia y de agonía. Se recuerda el pensamiento de Pascal: “Jesús está en agonía hasta el fin del mundo, en su Iglesia, en los hombres”. Podemos entonces unirnos a la agonía, angustia y al desánimo de todos los hombres que en el mundo, cercano o lejano de nosotros, sufren y son puestos a prueba. Jesús en su prueba vence la prueba por nosotros hasta el fin del mundo; en su angustia es vencida la nuestra. El miedo de decidirnos, lanzarnos, de perder la vida por los hermanos es vencido por su oración en la agonía.
Jesús ha querido manifestar su angustia para estar cerca de nosotros hasta el fondo. No ha temido que apareciera su debilidad y fragilidad para enseñarnos a no tener miedo de la nuestra; a no tener tampoco miedo que esta se manifieste y sea conocida, porque en nuestra fragilidad obra la fuerza de Dios.
Oración y vida
Pensando en Jesús que ora de rodillas, en profundo abandono al Padre, deja salir sus deseos más profundos, entra en la angustia y la vence, preguntémonos cómo oramos nosotros frente a las opciones decisivas de la vida. Nos podemos hacer tres preguntas releyendo el texto:
¿Mi oración es huída o es contemplar valerosamente lo que Dios me pide?
¿Cuándo oro uno mis deseos y los conflictos interiores en la petición de la voluntad de Dios que me hace fuerte frente a la prueba?
¿Siento la fuerza de Cristo que ora en mí, su victoria sobre la angustia y el miedo, siento que es mi fuerza y mi victoria?
Para responder a las preguntas pidamos al Señor que nos enseñe a orar así: “Haz que en nuestra oración venzamos todo miedo que nos impide decidirnos por ti, por los hermanos, por lo que nos cuesta, lo que nos asusta; haz que nuestra oración sea una victoria de nuestra fe: en ella triunfe tu poder que ha vencido el miedo de la muerte”.
La lucha espiritual
Preguntémonos ¿cómo nace el conflicto interior? ¿Cómo nacen las batallas del alma humana?
El ser humano (ustedes, yo), sin haberlo querido, sin haber elegido ni optado por la vida, con su gran sorpresa, se encuentra viviendo como persona. Entra en relación con todo lo que en él no es, nace en él la primera motivación de conducta: el “principio del placer”. Vale decir: dentro y fuera de sí el hombre encuentra cosas que le gustan, que para él son fuente de decepción. Cuando el hombre saborea las realidades agradables, nace en él espontáneamente la complacencia, la adhesión, en suma la apropiación. Dicho de otra forma: El hombre hace emocionalmente propias las cosas agradables y se adhiere posesivamente. En el momento en el cual el hombre advierte que sobre las cosas que le agradan pende una amenaza, o que él corre el riesgo de perderlas se turba. Y el temor el cual no es sino una descarga de energía para defender lo que posee de la amenaza de perderlo. Entra en juego la guerra.
Ocurre también otra cosa: con la mente y el corazón el hombre se opone a aquellas realidades que lo contrarían: libera una descarga emocional para agredir y destruir. Lo llamamos resistencia mental. Es la guerra. Y el hombre puede llegar a vivir en un estado general de guerra no declarada contra todo lo que lo inquieta y lo rechaza: su nariz, su estatura, la obesidad, la memoria frágil, lo que da vergüenza y tristeza, así como su temperamento, la falta de encanto, su aspecto mezquino, los compañeros de trabajo, los enemigos políticos, los familiares, los parientes, el tráfico insoportable, el calor tropical etc. Rechaza todo lo que lo inquieta y lo declara enemigo propio. Como consecuencia, es posible que el hombre comience a vivir de forma umbrosa, temerosa, sospechosa y agresiva.
Estas manos no me gustan: entonces, son mis enemigas. Me avergüenzo de este aspecto: aquí está mi enemigo. ¿Este ruido me irrita? Entonces es mi enemigo.
Los enemigos están, entonces, dentro de nosotros. O también: los enemigos existen en la medida en que nosotros les demos vida con nuestras resistencias mentales.
Si los enemigos están dentro de nosotros, dentro de nosotros también están los amigos. Si acepto este aspecto, por poco agraciado que sea, es mi amigo. Y el primer punto de la liberación interior está en hacerse amigo de sí mismo. Este tipo, por antipático que sea, si lo acepto, es mi amigo. El problema no está en él, sino en mí. Si acepto esta lluvia tan triste, es mi hermana lluvia. Si acepto esta enfermedad, es mi hermana enfermedad. Si acepto la muerte, es mi hermana muerte.
El bien y el mal se encuentran, por lo tanto dentro de nosotros; en nuestro poder está la capacidad de transformar todos los males en bienes.
¿Cómo se vencen las guerras?
La respuesta es inmediata: a través de la oración de abandono, como Jesús en el Gestsemaní. Démonos cuenta rápidamente que aquí no consideramos, ni practicamos esta reconciliación como terapia, aún siendo una terapia purificadora de gran eficacia, sino como oración, y, de verdad, como la más alta y profunda expresión de la oración evangélica: la oración de abandono.
En efecto, en la oración de abandono está incluso, en primer lugar, un tributo de silencio y de fe, porque el creyente trata de ver, con los ojos de la fe, la selva de los fenómenos empíricos, de las causas segundas y de las apariencias exteriores y, más allá de todo, descubre lo que es la base fundamental de toda la realidad: Dios Padre. Detrás de lo que se ve, el creyente descubre lo que no se ve.
En segundo lugar, la oración de abandono toma el amor más puro en sentido evangélico: el amor oblativo. Hablamos de oblación porque es un sacrificio, un morir a una forma de ser muy viva, pero autodestructivo, como el resentimiento, la vergüenza, la tristeza, la repugnancia…, para dar lugar a un “no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. Por lo tanto en esta oración hay un morir a toda clase de fuerzas regresivas y agresivas del corazón como tributo silencioso de fe y de amor: “hágase tu voluntad”.
No hay derrota para quien se abandona
Oración de abandono, en cuanto hecho y actitud, es un carril de alta velocidad apta para conducirnos a la liberación total, a la santidad perfecta – y por qué no – a la felicidad completa. La oración de abandono lleva a vivir en alta tensión los elementos más constitutivos del Evangelio: la fe y el amor. La vida misma obliga al cristiano a vivir en permanente actitud de abandono, ya que en cada momento del día llegan, la sorpresa, molestias, penas, desilusiones, enfermedades, traiciones, incomprensiones…
El peor de los problemas puede desaparecer con un “hágase tu voluntad”. Para los dolores de la vida no hay analgésico más eficaz. Aquel “que se abandona” reduce al silencio las rebeliones reactivas que en él se derivan por los choques de la vida., amortigua los afanes del resentimiento, pone su cabeza en las manos del Padre y, diciendo “hágase tu voluntad”, acepta en silencio y paz en el logro de una vida libre y feliz. De vivir el abandono nace la serenidad, desaparecen los complejos, los temores se los lleva el viento, están prohibidas las angustias, a veces las amarguras son dulces, desvanece la ansiedad frente a la incertidumbre del futuro. Cuando se dice “hágase tu voluntad” los fracasos dejan de ser tales, y la muerte deja de ser muerte, así como sucedió en Getsemaní. En definitiva, no es posible la derrota para aquellos que se abandonan.
¿Qué etapa del camino estamos viviendo, en nuestra adhesión a Jesús Esposo crucificado?
¿Qué pasos faltan por dar?
[1] Ho arricchito con alcune considerazioni personali alcune riflessioni di C.M. MARTINI, Itinerario di Preghiera Con l’Evangelista Luca, Ed Paoline, Roma, 1983, p. 65-69.
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