jueves, 21 de julio de 2011

RETIRO JUNIO 2011

Junio  2011





RESTITUYAMOS TODAS LAS COSAS A DIOS

EN LA ALABANZA Y EN EL AGRADECIMIENTO





Invocación al Espíritu Santo



Padre Santo, tú que eres la luz,

abre mis ojos y mi corazón.

Derrama tu Espíritu sobre mí,

para que acoja con docilidad tu Palabra.

Dame un corazón abierto y generoso

para que en el diálogo contigo

pueda conocer y amar

a tu Hijo Jesús

para la salvación de mi alma

y la de mis hermanos.

AMÉN





INTRODUCCIÓN



En el pare que hacemos en el retiro mensual estamos tratando de poner en el fuego algunos elementos esenciales de la oración en la espiritualidad franciscana.

Esta vez redescubriremos un aspecto importante, la alabanza y la acción de gracias y lo haremos a través del salmo 10 del Oficio de la Pasión, compuesto por San Francisco.



El salmo X orado a la hora tercia del domingo ordinario es un salmo de alabanza por la obra de Dios quesolo hace maravillas (10,9)[1].



Escuchemos:

1 Aclamad al Señor, tierra entera, decid un salmo en honor de su nombre, dadle gloria en alabanza suya (Ps 65, 1-2).

2 Decid a Dios: Qué terribles son tus obras, Señor; por la grandeza de tu fuerza, te adularán tus enemigos (Ps 65, 3).

3 Que toda la tierra te adore y salmodie para ti, que diga un salmo en honor de tu nombre (Ps 65, 4).

4Venid, oíd y os contaré, todos los que teméis a Dios, cuánto ha hecho él a mi alma  (Ps 65, 16).

5 A él clamé con mi boca, y lo alabé con mi lengua (Ps 65, 17 R).

6 Y desde su santo templo escuchó mi voz, y mi clamor llegó a su presencia (Ps 17, 7).

7 Bendecid, pueblos, a nuestro Señor; y haced que se oiga la voz para su alabanza (Ps 65, 8).

8 Y serán benditas en él todas las tribus de la tierra, todos los pueblos lo engrandecerán (Ps 71, 17).

Bendito el Señor, Dios de Israel (Lc 1,68), el único que hace grandes maravillas  (Ps 71, 18).

10 Y bendito su nombre glorioso para siempre; y toda la tierra se llenará de su gloria. Amén, amén (Ps 71, 19).





ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL SALMO X



             El salmo X nos ayuda a redescubrir la alabanza y la acción de gracias a partir de una mirada puesta sobre todas las creaturas, animadas e inanimadas, hombres y animales, en un abrazo universal de júbilo.



El salmo une dos aspectos fundamentales de la revelación a menudo muy separados: la creación y la redención. En los primeros tres versos el salmista invita a “toda la tierra” a alabar al Señor. En forma de inclusión tal tema vuelve al v. 10: “Y bendito su nombre glorioso para siempre; y toda la tierra será llena de su gloria. Amén, amén”.



El salmo es una invitación a la alabanza en aumento como “una mirada que se amplía al cosmos; pero es también evidente que la invitación está dirigida especialmente a “vosotros todos que teméis a Dios” (v.4), a las “gentes” (v.7), a “todas las tribus de la tierra” (v.8). Los destinatarios de la invitación son tanto las creaturas como las personas. En esta invitación que se extiende a todos reconocemos un tramo significativo de la espiritualidad franciscana, que privilegia la dimensión fraterna, extendiéndola a todo hombre. Cuando hablamos de fraternidad no queremos decir limitarnos a nuestro grupo, o a nuestra comunidad cristiana, y mucho menos solo a la Iglesia: hermano es el título que reconocemos para todo hombre, a pesar de las diferencias de las relaciones con cada uno. Es en la creación y en el ser creatura que Francisco justifica la fraternidad universal. Es bien sabido el amor y el respeto del creado del poverello de Asís.

Las biografías recuerdan que Francisco se preocupaba por quitar los gusanos del camino para ponerlos en un lugar seguro, porque en el salmo 21,7 el Señor dice “Yo soy gusano y no hombre”; y delante a la belleza de las flores  evocaba la flor cortada de la raíz de Jesé, que es el Señor Jesús (1 Cel 80-81: FF 458-461); y caminaba con reverencia sobre las piedras, porque en los salmos es Dios la roca, piedra segura en la cual confiarse (2 Cel 165: FF 750). En todos estos casos, él mira a las creaturas a través del filtro de la Biblia, que lo invita a leer simbólicamente a los corderos, las piedras, el agua o incluso los gusanos. Los mismos libros bíblicos están llenos de imágenes tomadas de todo lo creado, y la mirada de Francisco, hombre bíblico, sobre la creación, evoca continuamente lo que dice la Escritura. Podemos pensar que Francisco hace una lectura simbólica de la creación: Esta es la actitud de fondo con la que Francisco mira la realidad.

En la parte central del Salmo (vv. 4-9) Francisco utiliza principalmente la primera persona del singular y así de la contemplación simbólica de la creación pasa a meditar sobre todo lo que el Señor ha hecho por él. (v. 4b) y por todo su pueblo.

Hemos, entrado, entonces en la grata memoria de las maravillas obradas por Dios y entre estas, la más sublime: la redención.

          



ALGUNAS SUGERENCIAS PARA LA MEDITACIÓN



La alabanza, el agradecimiento y la restitución nacen del cruce entre dos líneas: la horizontal y la vertical. La horizontal representa nuestra mirada a la creación. Una mirada simbólica, con el filtro de la Escritura. Tal mirada genera un sentido de “fraternidad universal”.

La línea vertical representa la contemplación de lo que Dios ha hecho por mí: la redención.

¿Cómo alabar y restituir al Señor en la “Acción de gracias” si no me acuerdo que los otros, las cosas, la creación, la vida misma, no son mis enemigos sino mis hermanos?

      

Si no bajo las armas frente a los otros y las situaciones nunca podré entrar en la lógica mística paulina sobre la que leemos en Rm 8,28: “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio”.

¿Cómo alabar y restituir al Señor si no me doy cuenta de ser en Cristo un pecador redimido?

Les propongo meditar, si el Señor no les propone otro, sobre estas dos “líneas” que no están separadas, sino que se cruzan y se dan luz mutuamente: la creación y la redención.

Como Jesús y Francisco también nosotros nos ponemos hoy frente a la creación para recuperar la dimensión de la fraternidad universal.



De los evangelios brota la figura de un Jesús que vive su relación de Hijo con el Padre en la cotidianidad de la vida, en actitud de gran positivismo y paz hacia la creación, actitud que con frecuencia nosotros cristianos nos impedimos (y nos impedimos por qué cristianos).

Jesús observa que el grano de mostaza es pequeñísimo pero, una vez sembrado en el jardín, se vuelve un árbol de dimensiones tales que las aves del cielo anidan en sus ramas (Lc 13,19). Jesús conoce la vida doméstica, observa a la mujer que amasa la levadura en tres medidas de harina hasta que fermente (Lc 13,20); Jesús conoce la vida de los pastores, sabe que si el pastor pierde una oveja la busca y si la encuentra la lleva contento a su redil (Lc 15,4-5); sabe que no se arranca la cizaña en medio del trigo para no arriesgar y estropear también éste. (Mt 13,24-30); sabe que cuando la rama de la higuera está tierna y germina está cerca el verano. (Mc 13,28); sabe que los bienes terrenos son expuestos a los ladrones, la polilla y el orín (Mt6, 19); Jesús conoce y mira con simpatía los juegos que los niños hacen entre ellos en las plazas (Mt 11, 16) y muchas veces toma entre sus brazos a los niños (Mc 9,36; 10, 13.16); el observa con emoción a la gallina que reúne bajo sus alas a los pollitos (Lc 14,4); conoce los usos nupciales (Mt 22,1ss.), ama el alimento y el buen vino (Mt 11,10). Jesús es presentado en una actitud de humanidad plena y reconciliada con la creación, con los animales, con las labores del hombre, con la realidad diaria que él sabe observar sacando lecciones, consolación y enseñanza, que sabe apreciar y amar. La vida de Jesús es una vida plenamente humana y estrictamente atenta a la creación.



Somos nosotros quienes nos hemos construido una imagen pomposa y espiritualizada de Jesús, pero es una imagen no-evangélica. Las palabras de Jesús fusionadas en los evangelios son palabras de una persona que ha crecido humanamente (en el cuerpo, en la psique, en el espíritu) “en estatura y sabiduría, en edad y gracia” (Lc 2,40.52) a través del texto de la vida ordinaria familiar, del ambiente de la pequeña aldea de Nazaret, de las relaciones y de las experiencias humanas de la vida cotidiana. Así el lenguaje de Jesús deja transparentar tras de sí esta atención amorosa, llena de buen sentido y de sabiduría, la vida cotidiana: es lenguaje real, que se adhiere con fuerza a la realidad.



Es en esta humanidad plena y simple de Jesús que es acogida la profundidad y la realidad de la encarnación. Nuestra santificación no ocurre por otros caminos, sino que se nutre de una adhesión real que pasa a través de la observación de la realidad creada y humana, de los ciclos vegetales y de los astros del cielo, de los trabajos de los hombres y de los comportamientos de los animales… y todo en actitud de solidaridad, de simpatía y de reconocimiento que todo es gracia…

Se trata en suma de tomar en serioel mundo, la creación en la cual estamos, y de tener con esto una relación pacífica, armoniosa, reconciliada. Esta es una fraternidad universal de matriz evangélica que Francisco ha hecho suya.

Demasiado a menudo nos llamamos fieles al evangelio, pero lo leemos solo con la mediación de esquemas teológicos; en los evangelios está esta realidad cotidiana, humanísima, gracias a la cual solo el cristianismo puede evitar reducirse a una celebración de misterios litúrgicos.

Sufrimos aún de una esquizofrenia por la que creemos que el ser cristianos nos deba llevar a distanciarnos, a ponernos por encima de la naturaleza, de la creación y de la realidad diaria; así la confesión de fe se reduce a la mera dimensión intelectual y la liturgia a momento cultual de renovación del “misterio” separado de la vida. El Jesús de los evangelios es también, y sobre todo, un hombre rico en humanidad, que sabe observar y reflexionar sobre las cosas y los eventos de la vida hasta asumirlos y hacerlos propios. Si en los evangelios, en Jesús, no se sabe percibir esta dimensión elemental, pero esencial, forzosamente se aprovechará la palabra de Dios separada de la vida y esta última se convertirá en espacio profano hacia el cual es siempre prudente tener una actitud de desconfianza y sospecha. Es típico de una tradición espiritual – ascética consolidada enseñar a negarse a tomar distancia de la realidad de la vida, más si son oídas como buenas: es una actitud angustiosa y cínica que privilegia la redención sobre la creación.

No es lícito un fácil optimismo: en esta creación, sometida a la caducidad, está el pecado, y sin embargo tiene como verdad última no el pecado que la atraviesa, sino el amor de Dios que la ha querido buena y que la lleva a la integridad y a la transfiguración.





Ø  ¿Logro acoger el misterio que me rodea?

Ø  ¿Qué relación tengo con las personas, las situaciones, las cosas que me rodean?





De la contemplación de la creación, podemos entonces considerar, brevemente, la redención, estrechamente unida al misterio de la creación.

Estamos en Cristo, por Cristo y con Cristo como creaturas (creación) o como pecadores perdonados (redención). La doxología conclusiva de la plegaria eucarística vale también para nosotras, para nuestras vidas. Dentro de la Eucaristía hay una unidad entre el momento inicial y el momento final que nos ayuda a comprender la unidad entre creación y redención. En la ofrenda inicial del pan y el vino provenientes de la tierra, fruto de la bendición de Dios sobre el trabajo del hombre, corresponde la representación de esta ofrenda en la cual el pan y el vino se convierten en cuerpo y sangre del Señor.

El celebrante, al terminar la plegaria eucarística, eleva el pan y el cáliz del vino acompañándolos con las palabras: “Por Cristo, con Cristo y en Cristo…”

El cumple una doxología sobre toda la creación convertida, por la fuerza del Espíritu Santo, materia redimida, cuerpo y sangre del Señor. Pero en este movimiento estamos también nosotros, llamados a acoger en unidad nuestras vidas de creaturas y de pecadores perdonados.

Nosotros estamos estrictamente unidos a  Cristo tanto en la creación como en la redención. Cuando la carta a los Colosenses define a Cristo “Primogénito de toda creatura” (Col 1,15), atribuye a Cristo un primado sobre toda la creación y en el interior de la creaturas y establece una alianza, en la que Cristo es el mediador único entre Dios y el hombre.



Ø  ¿Qué dimensiones de nuestra vida personal y/o fraterna son iluminadas por el don de la creación y de la redención?











[1] Cfr. Cfr T. MATURA, Francesco parla di Dio, Edizione biblioteca Francescana, Milano, 1992, p. 27.

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